"Te odio tanto", eso era lo que quería expresar pero su boca aprisionaba todas las palabras. Sus labios bajaron hasta mi cuello, saboreando todo el recorrido e impregnándose de mi aroma. Estaba ansiosa; mis dedos se enroscaron en su cabello y lo jalaron con fiereza. Los besos eran calientes y sensuales. Dejé escapar un leve jadeo. "Mi enemigo"... no habrá marcha atrás después de esto. Salvo a que... sea yo quien le haga gritar mi nombre y no al revés. En un ágil movimiento, lo pongo a él contra la pared. Su rostro está estupefacto, sus labios dulcemente hinchados y en sus ojos baila la intriga. Le beso con todo el rencor que nos tenemos. Lo peor de todo es que en sus movimientos hay lujuria, sin embargo, también una lucha que está perdiendo.
Nuestras lenguas se pelean por liderar y eso se siente tan... bien. Mis manos se pasean por su nuca, sus omoplatos, dando leves apretones llegando a la clavícula. Mas, pasan derecho, cumpliendo lo que hace tanto he querido hacer pero no debería. Sus músculos se encuentran tensos y no puedo imaginar cómo estará su erección. Me toma por las caderas, desesperado, y nos adentramos en una fricción esplendorosa por encima de nuestras ropas. Ya me puedo hacer una idea de cómo se encuentra allá abajo.
Le desabrocho el pantalón y tiro del bóxer. Quedo con la boca abierta, su pene es... (trago saliva) impresionante. ¿Cabe? "No seas exagerada", me reprendo. Intenta levantarme la falda pero me esfuerzo para no sucumbir y lo detengo. Él mismo se quita la camisa. Yo dichosa, admiro su esbelto cuerpo. Me recorre la figura con sus manos mientras reparto besos y pequeños mordiscos por su abdomen. Nos miramos y sigo bajando. "Más", grita algo palpitante en mí y conste que no es el corazón. Su glande brilla por el líquido preseminal. El miembro, totalmente erecto, me incita a proseguir. Le doy una pequeña probada a la punta, tanteando el terreno. Él suelta un suspiro de alivio, se encontraba desesperado y me emociona saber que es por mí. Tomo su falo con la mano derecha y hago leves movimientos, provocándolo en el proceso. Jamás dejamos de mirarnos, me atraen sus bellos ojos hazel. Paro la agitación e inicia el juego. Mi lengua hace un camino desde el nacimiento de la extremidad hasta la punta. Me deleito al ver sus gestos y oír sus gemidos, son tan, endemoniadamente, placenteros. Adentro mi boca y degusto más de su pene.
Siempre me han considerado la chica responsable, introvertida y que vive por el trabajo. Nunca había disfrutado tanto ser cochina, morbosa y rebosante de lujuria. Permitirme satisfacerme por una vez en mi vida.
Continúo con mis acciones. Entro y salgo. Al emprender mi objetivo, todo fue suave, empero, ahora es rudo y sin salvación. Mi boca se siente caliente. La fricción empleada me desgasta. La mejor parte de la felación es ver a mi enemigo vulnerable y saber que es gracias a mí. Más rápido y con más fuerza. Noto que sus músculos se tensan. Jadea mi nombre y es uno de los sonidos más exquisitos que he escuchado. Está a punto de acabar, me estremezco y me excita. Sin embargo, en el momento en el que va a terminar, se aparta y mi frente choca contra la pared. Coge su gran miembro en unos cuantos movimientos y el sémen se le riega por la mano y unas cuantas gotas llegan al piso. Por más de que no quiera admitirlo, me siento como a una niña que le arrebataron su dulce. Subo lentamente mi mirada -sigo arrodillada con las manos en mi falda desgarrada, blusa casi rota, labios prominentes y rojos y espalda recta- para encontrarme con una sonrisa pícara de parte de mi adversario. Respiro agitadamente aunque él está peor.
-Muy santa en el trabajo pero una diabla en las sombras, ¿eh?- Todo el tiempo lo critiqué por ser lascivo y yo caí redondito.
-En el trabajo -aclaro.- Recuerdame quién fue el que gimió mi nombre-Contraataco.